El 21 de enero se cumplieron 20 años de los primeros juicios en Albacete a 6 insumisos; cumpleaños de un fenómeno social que cuestionó el militarismo y puso al Estado en una situación nunca vista. Durante una década la campaña de desobediencia civil a los ejércitos fue un pulso de reconocido carácter noviolento y una herramienta que sirvió, entrados en el siglo XXI, para finiquitar en este país la mili y sus sucedáneos. Fue una década de esfuerzo colectivo y de un alto coste personal. Fueron muchas las personas, hombres y mujeres, y no sólo los insumisos, los que pusieron en cuestión a la recluta forzosa hasta abolirla. El éxito social por cambiar leyes injustas, en este caso, no se puede cuestionar pasado el tiempo. Hemos crecido y los insumisos nos hemos esparcido en la utopía, olvidándonos de la realidad vivida.
Poniendo la mirada en el Pasado y los pies en el Presente vemos que la situación actual no es más halagüeña. Anquilosados en los años 90, el antimilitarismo pierde presencia social pero mantiene el sentido de que “ningún ejército defiende la paz” y sigue en pie de paz cuestionando, con la acción y la crítica, espacios de debate y cambios para crecer en una sociedad más justa y participativa. Pasado el tiempo fuimos descubriendo también cómo hubo quienes se acercaron al “pacifismo de temporada”, el de conveniencia, sólo por el fogonazo de los momentos bélicos internacionales, por estar o ser o hacerse ver para la ocasión. Pero todos, unos más convencidos y otros más oportunistas, dejaron una huella en la historia de estas dos décadas de antimilitarismo.
Hoy seguimos desarmados, desparramados, pero presentes en la calle, en la conciencia social, cuestionando el salvajismo acentuado y los intereses de la OTAN en Lisboa, Estrasburgo, Albacete, Afganistán… o en cualquiera de sus guerras; estudiando su barroco y mortal arsenal; cuestionando a los paramilitares y a cualquier otro grupo armado de los cientos, o quizá miles, que hay por el mundo; haciendo objeción fiscal; denunciando que la crisis no llega a la industria militar; que, por el contrario, crecen sus beneficios e inversiones estatales y sus relaciones con la “banca militar”; denunciando el machismo aún imperante que, por mucha incorporación de la Mujer al ejército (efeméride que también cumple ahora 20 años), no ha mejorado sus valores de igualdad. Seguimos cuestionando, desde lo pequeño, al monstruoso poder de los ejércitos en sus cientos de guerras que actualmente llenan el planeta. También seguimos hablando de los campos de tiro como opacos centros de preparación de las guerras; y buscamos nuevas formas de resolución de conflictos, haciendo un trabajo silencioso de Educación para la Paz. Después de 20 años seguimos hablando de antimilitarismo, porque si callamos nuestra boca será una herida en la cara.
Y aún vemos futuro a nuestra opción. Hay trabajo antimilitarista que, silenciosamente, en pequeños gestos, sigue enfocando al ejército como una amenaza, como el baluarte que defiende una economía sometida de la que depende para mantenerse, manipulándola a su antojo pese a las carencias sociales y haciendo que se le destinen las mayores inversiones de toda su historia. La tecnología militar busca nuevas amenazas y llega hasta extremos que a ciertos civiles nos parecen ciencia ficción. Por eso los insumisos, pero no sólo ellos, seguimos pensando que la mejor estrategia del ejército es su retirada y, a nuestro tole-tole, seguiremos buscando nuevas formas de defensa más humanizada, civil, compartida, sostenible y noviolenta.
¿Quién dijo aquello de que la INSUMISIÓN se ha acabado?
ABxLaPax, 6-02-2011
Julián García Olivares. AA-MOC