domingo, 18 de diciembre de 2011

Incalculable, inimaginable, desolador y vergonzoso


A pesar de que ya han pasado más de 8 años desde que, el 1 de mayo de 2003, George W. Bush proclamó el fin de las principales operaciones militares en la guerra de Irak, no fue hasta el pasado jueves 15 de diciembre de 2011 cuando se arrió la bandera norteamericana en una escenificación de lo que, se supone, es su retirada definitiva.

El coste de la guerra de Irak es incalculable, no solo en términos económicos sino también en términos de vidas humanas, sociales y de libertades, en todo el mundo. A los más de 4.800 militares americanos muertos, habrá que sumar los 179 ingleses y los más de 35.000 heridos. 11 militares españoles también han perdido la vida en Irak. Eso en el bando "vencedor". En el lado iraquí no se sabe con certeza el número de militares muertos, aunque se estima entre 4.000 y 6.000. Pero lo más terrible son los más de 400.000 civiles muertos que ha dejado la guerra. Cualquier civil, en cualquier guerra, siempre se lleva la peor parte de la industria bélica. Y, entre otros sectores de la población, los sindicatos de trabajadores -como los que hay en nuestra ciudad- la apoyan aferrándose al defender que es una fuente de trabajo. Pero, además de olvidar a las víctimas civiles que tal industria genera directa e indirectamente, olvidan que con esa actitud se defiende y afianza el militarismo como fuente de trabajo en vez de exigir otro tipo de motor económico. La justificación de la guerra era la supuesta tenencia de Irak de armas de destrucción masiva, un argumento que se demostró falso. Pero si Irak hubiese tenido y usado algún arma de destrucción masiva es complicado que hubiera causado tantas víctimas civiles.

En cuanto a la instauración de la supuesta democracia en el país, solo cabe apostillar que han colocado un gobierno títere, propio de otros momentos de la historia y similar al de Afganistán; con ambos garantizan un suministro de petróleo adecuado para los tubos de escape y chimeneas de medio mundo con el que seguir incrementando la temperatura del planeta en un punto de no retorno del cambio climático.

Cabe plantearse ahora si el mundo sería más justo o si estaría menos endeudado si el dinero invertido en guerras como la de Irak se hubiera empleado en asuntos más necesarios para resolver las carencias que tiene el planeta.

Se estima que la guerra de Irak le ha costado sólo a EEUU alrededor de la inimaginable cifra de 2 billones de dólares, aunque no se sabe realmente el coste verdadero. La Brown University de Rhode Island ha hecho un estudio de los costes económicos, sociales y humanos  (http://costofwar.org). Tal mareante cifra seguida de tantos ceros cobra verdadero significado para el ciudadano de a pie si la comparamos con todo aquello que no se ha podido cumplir. Un balance desolador, como podemos comprobar.

La ONU ha estimado que la consecución de TODOS los objetivos del milenio, entre los que se incluye erradicar el hambre, garantizar la sanidad pública o el abastecimiento de agua, energía, carreteras y educación, costaría hasta 2015 “tan solo” 38.000 millones de dólares. Es decir, únicamente el 1,9% de lo gastado en la guerra contra Irak...

Además, según cálculos aparecidos en la web BuzzFeed, por ejemplo, inmunizar a cada niño del mundo contra enfermedades mortales durante 583 años costaría 1.300 millones de dólares (el 0,043% de lo gastado contra Irak). Garantizar la alfabetización global durante 400 años costaría 5.000 millones de dólares (el 0,17% de lo gastado contra Irak). Que los países en vías de desarrollo pudieran controlar la pandemia de SIDA durante 133 años costaría 15.000 millones de dólares (el 0,5% de lo gastado contra Irak). Con 100.000 millones de dólares se garantizaría la asistencia sanitaria gratuita a la población de EEUU durante 20 años (el 3,3% de lo gastado en la guerra de Irak).

Cabe preguntarse, entonces, si guerras como la de Irak, han merecido la pena y si, como ciudadanos, deberíamos obligar a nuestros gobiernos a no permitirlas y a obligarles a buscar soluciones por la vía diplomática e intermediadora. También debemos preguntarnos a quién interesa verdaderamente que se produzcan las guerras. Para lo uno y lo otro la respuesta es clara: no, no deberíamos haber permitido esa guerra, como no deberíamos permitir el resto de guerras olvidadas; ni que ciudades como la nuestra se vean implícitas en la guerra y sus consecuencias. Y a aquellos que justificaron y justifican el militarismo en términos de beneficios económicos aquí, y en guerra y muerte allá, se les debería caer la cara de vergüenza al oponerse a la construcción de un futuro pacífico y solidario con el resto del planeta. Es absolutamente vergonzoso.

Alberto Nájera
Angel Luis Arjona