A pesar de que ya han pasado más
de 8 años desde que, el 1 de mayo de 2003, George W. Bush proclamó el fin de
las principales operaciones militares en la guerra de Irak, no fue hasta el
pasado jueves 15 de diciembre de 2011 cuando se arrió la bandera norteamericana
en una escenificación de lo que, se supone, es su retirada definitiva.
El coste de la guerra de Irak es incalculable, no solo en términos
económicos sino también en términos de vidas humanas, sociales y de libertades,
en todo el mundo. A los más de 4.800 militares americanos muertos, habrá que
sumar los 179 ingleses y los más de 35.000 heridos. 11 militares españoles
también han perdido la vida en Irak. Eso en el bando "vencedor". En
el lado iraquí no se sabe con certeza el número de militares muertos, aunque se
estima entre 4.000 y 6.000. Pero lo más terrible son los más de 400.000 civiles
muertos que ha dejado la guerra. Cualquier civil, en cualquier guerra, siempre
se lleva la peor parte de la industria bélica. Y, entre otros sectores de la
población, los sindicatos de trabajadores -como los que hay en nuestra ciudad-
la apoyan aferrándose al defender que es una fuente de trabajo. Pero, además de
olvidar a las víctimas civiles que tal industria genera directa e
indirectamente, olvidan que con esa actitud se defiende y afianza el
militarismo como fuente de trabajo en vez de exigir otro tipo de motor
económico. La justificación de la guerra era la supuesta tenencia de Irak de
armas de destrucción masiva, un argumento que se demostró falso. Pero si Irak
hubiese tenido y usado algún arma de destrucción masiva es complicado que
hubiera causado tantas víctimas civiles.
En cuanto a la instauración de la
supuesta democracia en el país, solo cabe apostillar que han colocado un
gobierno títere, propio de otros momentos de la historia y similar al de
Afganistán; con ambos garantizan un suministro de petróleo adecuado para los
tubos de escape y chimeneas de medio mundo con el que seguir incrementando la temperatura
del planeta en un punto de no retorno del cambio climático.
Cabe plantearse ahora si el mundo
sería más justo o si estaría menos endeudado si el dinero invertido en guerras
como la de Irak se hubiera empleado en asuntos más necesarios para resolver las
carencias que tiene el planeta.
Se estima que la guerra de Irak le
ha costado sólo a EEUU alrededor de la inimaginable cifra de 2 billones
de dólares, aunque no se sabe realmente el coste verdadero. La Brown University
de Rhode Island ha hecho un estudio de los costes económicos, sociales y
humanos (http://costofwar.org). Tal
mareante cifra seguida de tantos ceros cobra verdadero significado para el
ciudadano de a pie si la comparamos con todo aquello que no se ha podido
cumplir. Un balance desolador, como
podemos comprobar.
La ONU ha estimado que la
consecución de TODOS los objetivos del milenio, entre los que se incluye
erradicar el hambre, garantizar la sanidad pública o el abastecimiento de agua,
energía, carreteras y educación, costaría hasta 2015 “tan solo” 38.000 millones
de dólares. Es decir, únicamente el 1,9% de lo gastado en la guerra contra
Irak...
Además, según cálculos aparecidos
en la web BuzzFeed, por ejemplo, inmunizar a cada niño del mundo
contra enfermedades mortales durante 583 años costaría 1.300 millones de
dólares (el 0,043% de lo gastado contra Irak). Garantizar la alfabetización
global durante 400 años costaría 5.000 millones de dólares (el 0,17% de lo
gastado contra Irak). Que los países en vías de desarrollo pudieran controlar
la pandemia de SIDA durante 133 años costaría 15.000 millones de dólares (el
0,5% de lo gastado contra Irak). Con 100.000 millones de dólares se
garantizaría la asistencia sanitaria gratuita a la población de EEUU durante 20
años (el 3,3% de lo gastado en la guerra de Irak).
Cabe preguntarse, entonces, si
guerras como la de Irak, han merecido la pena y si, como ciudadanos, deberíamos
obligar a nuestros gobiernos a no permitirlas y a obligarles a buscar
soluciones por la vía diplomática e intermediadora. También debemos
preguntarnos a quién interesa verdaderamente que se produzcan las guerras. Para
lo uno y lo otro la respuesta es clara: no, no deberíamos haber
permitido esa guerra, como no deberíamos permitir el resto de guerras
olvidadas; ni que ciudades como la nuestra se vean implícitas en la guerra y
sus consecuencias. Y a aquellos que justificaron y justifican el militarismo en
términos de beneficios económicos aquí, y en guerra y muerte allá, se les
debería caer la cara de vergüenza al oponerse a la construcción de un futuro
pacífico y solidario con el resto del planeta. Es absolutamente vergonzoso.
Alberto Nájera
Angel Luis Arjona