Bien. España, como país, se siente más cómoda en las sombras
que en las luces, lo que no es necesariamente un defecto. Una prueba de ello es
que tras el nombramiento de los ministros la red se llenó de comentarios sobre
su lado oscuro: desde De Guindos y su relación con Lehman Brothers a Wert y sus
opiniones acerca de, básicamente, todo.
Por supuesto, también se habló del nuevo titular de Defensa,
Pedro Morenés, quién había ejercido de consejero en Instalaza, una empresa
destinada a la fabricación de armamento. Decía Ignacio Escolar en su blog que
la empresa “fabricaba, entre otras cosas, bombas de racimo. Instalaza quebró
precisamente cuando se prohibieron este tipo de armas. Antes de echar el
cierre, esta empresa tuvo tiempo de vender bombas de racimo a Libia. Hace unos
meses, Gadafi las usó”.
Y es cierto, rotundamente cierto. Pero faltan elementos en
el escenario.
En efecto, Instalaza vendió bombas de racimo que el Ejército
libio utilizó contra población civil en Misrata, tal y como informó The New
York Times. ¿Cuándo se vendieron? Como quiera que España se adhirió a un
tratado contra este tipo de armamento diciembre de 2008, antes de esa fecha.
¿Cuál parece la fecha más propicia para la venta? El 17 de diciembre de 2007.
Ese día, el entonces presidente Zapatero se reunía con Gadafi y firmaba un
acuerdo de inversiones por valor de 17.000 millones de dólares que La
Vanguardia desglosó en su edición del 18 de diciembre de 2007. Una de las
partidas suponía el ingreso de 2.000 millones de euros en el terreno de la
defensa y del sector aeronáutico. Tiene sentido que las bombas de racimo de
Instalaza, las del actual ministro de Defensa, llegaran a manos de Gadafi en
virtud de ese acuerdo.
(Por cierto: la víspera de su reunión con Zapatero, Gadafi
cenó con Aznar. Morenés había sido secretario de Estado de Defensa cuando el ex
presidente gobernó. Tras reunirse con Zapatero, el fallecido dictador libio se
encontró con diversos empresarios españoles -¿Algún representante de Instalaza,
quizá?-, recibió las llaves de la Villa de Madrid de manos de su entonces
alcalde y hoy ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y almorzó con el
Rey Juan Carlos)
(Y nuevo por cierto: aquélla de 2007 fue la última visita de
Gadafi a España. Pudo haber otra en 2009, pero no fructificó: la Junta
Islámica, con sede en la provincia de Córdoba, y la Universidad de la capital
califal invitaron al dictador a pronunciar en dicho centro una conferencia
sobre la Alianza de Civilizaciones. El entonces alcalde de Córdoba, Andrés
Ocaña –de Izquierda Unida, para quien no lo sepa- se mostró abierto a colaborar
con las instituciones precisas para que tal visita se llevara a cabo.
Finalmente, no pudo ser).
Pero aún hay más: apenas seis meses después de la visita de
Gadafi a España, y de la rúbrica del acuerdo que intercambiaba inversiones por,
entre otras cosas, material de defensa, la entonces recién nombrada ministra de
Defensa, Carme Chacón, suscribía un acuerdo para que España dejara de fabricar
bombas de racimo. En diciembre de aquel 2008, la hoy aspirante a secretaria
general del PSOE anunciaba que para junio de 2009 España ya no tendría bombas
de racimo en su arsenal. Y añadía una cruda definición de este tipo de
armamento: “Es una pena de muerte sin sentencia”.
“Una pena de muerte sin sentencia”. Duras palabras de Chacón
que no evitaron, claro, que sus predecesores en el cargo las vendieran. Dichas
bombas, bajo la eufemística descripción de MAT-120, aún figuran en el catálogo
digital de Instalaza, aunque con la aclaración, en destacada mayúscula, de que
se trata de una “Munición de racimo prohibida por decisión del Consejo de
Ministros de España de 11 de julio de 2008, y la posterior firma del texto de
la Convención de Oslo el 3 de diciembre de 2008”.
Visto en perspectiva, sobre el escenario tenemos un material
asesino en vías de ser prohibido vendido a un dictador criminal por un Gobierno
socialista a través de una empresa que incluía en su consejo a un ex Secretario
de Estado del PP que, con el tiempo, se convertiría en ministro de Defensa. Un
enjuague en toda regla que toca todos los palos de la política y que pringa a
quien lo roza. Y que nadie se engañe: pensar que Gadafi compraba bombas de
racimo con afán de coleccionista o para contemplar su brillo bajo las puestas
de sol de Trípoli es de ser muy cínico o muy idiota. Y no creo que ninguno de
los aquí mencionados sea idiota.
Ya lo ven. Las bombas del ministro. De más de uno. De todos,
en realidad.
Javier Dale Becedóniz | diciembre 26, 2011. En La Vanguardia Blogs: http://blogs.lavanguardia.com/cajon-de-sastre/2011/12/26/las-bombas-del-ministro/